Durante los días de Navidad contemplamos el Belén, y en él el gran amor del Hijo de Dios, que ha querido habitar con nosotros. Acercándonos a él le pedimos a Dios que avive en nosotros la fe y nos ayude a celebrar más intensamente las fiestas de Navidad.
Cuando apenas hemos iniciado el Año de la Misericordia es oportuno ver cómo la liturgia de la Iglesia, a través de la bendición del Belén, nos ofrece dos pistas para reflexionar sobre la bondad y misericordia de Dios:
- En la oración de bendición del Belén se insiste en el gran amor de Dios Padre, que, a través de María, nos ha entregado a su único Hijo para nuestra salvación.
- La conclusión del rito de bendición del Belén vincula el nacimiento del Salvador con la manifestación de la misericordia de Dios, al afirmar: «Dios, Padre Todopoderoso, que en el nacimiento de su Hijo nos ha manifestado su misericordia, os bendiga y os guarde en su amor».
Así pues, el verdadero motivo de nuestra alegría navideña ha de ser, especialmente en este año, la manifestación de Dios misericordioso que, a través del nacimiento de su Hijo viene a nuestro encuentro. Este hecho debe impulsarnos a ver a Cristo presente en todos los que necesitan nuestro amor, como la liturgia nos recuerda.